Comentario
Cómo desembarcaron en la bahía de la Florida veinte soldados, con nosotros el piloto Alaminos, para buscar agua, y de la guerra que allí nos dieron los naturales de aquella tierra, y lo que más pasó hasta volver a la Habana
Llegados a la Habana acordamos que saliesen en tierra veinte soldados de los que teníamos más sanos de las heridas: yo fui con ellos y también el Piloto Antón de Alaminos, y sacamos las vasijas que había, y azadones, y nuestras ballestas y escopetas; y como el capitán estaba muy mal herido, y con la gran sed que pasaba muy debilitado, nos rogó que por amor de Dios que en todo caso le trajésemos agua dulce, que se secaba y moría de sed; porque el agua que había era muy salada y no se podía beber, como otra vez ya dicho tengo. Llegados que fuimos a tierra, cerca de un estero que entraba en el mar, el piloto reconoció la costa, y dijo que había diez o doce años que había estado en aquel paraje, cuando vino con Juan Ponce de León a descubrir aquellas tierras, y allí le habían dado guerra los indios de aquella tierra, y que les habían muerto muchos soldados, y que a esta causa estuviésemos muy sobre aviso apercibidos, porque vinieron, en aquel tiempo que dicho tiene, muy de repente los indios cuando. le desbarataron; y luego pusimos por espías dos soldados en una playa que se hacía muy ancha, e hicimos pozos muy hondos donde nos pareció haber agua dulce, porque en aquella sazón era menguante la marca; y quiso Dios que topásemos muy buena agua, y con el alegría, y por hartarnos della y lavar paños para curar las heridas, estuvimos espacio de una hora; y ya que queríamos venir a embarcar con nuestra agua, muy gozosos, vimos venir al un soldado de los que habíamos puesto en la playa dando muchas voces diciendo: "Al arma, al arma; que vienen muchos indios de guerra por tierra y otros en canoas por el estero"; y el soldado dando voces, venía corriendo, y los indios llegaron casi a la par con el soldado contra nosotros, y traían arcos muy grandes y buenas flechas y lanzas, y unas a manera de espadas, y vestidos de cueros de venados, y eran de grandes cuerpos, y se vinieron derechos a nos flechar, e hirieron luego a seis de nuestros compañeros, y a mí me dieron un flechazo en el brazo derecho de poca herida; y dímosles tanta prisa de estocadas y cuchilladas y con las escopetas y ballestas, que nos dejan a nosotros los que estábamos tomando agua de los pozos, y van a la mar y estero a ayudar a sus compañeros los que venían en las canoas donde estaba nuestro batel con los marineros, que también andaban peleando pie con pie con los indios de las canoas, y aun les tenían ya tomado el batel y le llevaban por el estero arriba con sus canoas, y habían herido a cuatro marineros, y al piloto Alaminos le dieron una mala herida en la garganta; y arremetimos a ellos, el agua más que a la cinta, y a estocadas les hicimos saltar el batel, y quedaron tendidos y muertos en la costa y en agua veinte y dos dellos, y tres prendimos, que estaban heridos poca cosa, que se murieron en los navíos. Después desta refriega pasada, preguntamos al soldado que pusimos por vela qué se hizo su compañero Berrio (que así se llamaba); dijo que lo vio apartar con una hacha en las manos para cortar un palmito, y que fue hacia el estero por donde habían venido los indios de guerra, y que oyó voces de español, y que por aquellas voces vino de presto a dar mandado a la mar, y que entonces le debieron de matar; el cual soldado solamente él había quedado sin ninguna herida en lo de Potonchan, y quiso su ventura que vino allí a fenecer; y luego fuimos en busca de nuestro soldado por el rastro que habían traído aquellos indios que nos dieron guerra, y hallamos una palma que había comenzado a cortar, y cerca della mucha huella en el suelo, más que en otras partes; por donde tuvimos por cierto que le llevaron vivo, por que no habla rastro de sangre, y anduvimos buscándole a una parte y otra más de una hora, y dimos voces, y sin más saber de él nos volvimos a embarcar en el batel y llevamos a los navíos el agua dulce, con que se alegraron todos los soldados, como si entonces les diéramos las vidas; y un soldado se arrojó desde el navío en el batel con la gran sed que tenía, tomó una botija a pechos, y bebió tanta agua, que della se hinchó y murió. Pues ya embarcados con nuestra agua y metidos nuestros bateles en los navíos, dimos vela para la Habana, y pasamos aquel día y la noche, que hizo buen tiempo, junto de unas isletas que llaman los Mártires, que son unos bajos que así los llaman, "los bajos de los Mártires". E íbamos en cuatro brazas lo más hondo, y tocó la nao capitana entre unas como isletas e hizo mucha agua; que con dar todos los soldados que íbamos a la bomba no podíamos estancar, e íbamos con temor no nos anegásemos. Acuérdome que traímos allí con nosotros a unos marineros levantiscos, y les decíamos: "Hermanos, ayudad a sacar la bomba, pues véis que estamos muy mal heridos y cansados de la noche y el día, porque nos vamos a fondo"; y respondían los levantiscos: "Facételo vos, pues no ganamos sueldo, sino hambre y sed y trabajos y heridos, como vosotros"; por manera que les hacíamos dar a la bomba aunque no querían, y malos y heridos como íbamos, mareábamos las velas y dábamos a la bomba, hasta que nuestro señor Jesucristo nos llevó a puerto de Carenas, donde ahora está poblada la villa de la Habana, que en otro tiempo puerto de Carenas se solía llamar, y no Habana; y cuando nos vimos en tierra dimos muchas gracias a Dios, y luego se tomó el agua de la capitana un buzano portugués que estaba en otro navío en aquel puerto, y escribimos a Diego Velázquez, gobernador de aquella isla, muy en posta, haciéndole saber que habíamos descubierto tierras de grandes poblaciones y casas de cal y canto, y las gentes naturales dellas andaban vestidos de ropa de algodón y cubiertas sus vergüenzas, y tenían oro y labranzas de maizales; y desde la Habana se fue nuestro capitán Francisco Hernández por tierra a la villa de Santispíritus, que así se dice, donde tenía su encomienda de indios; y como iba mal herido, murió dende allí a diez días que había llegado a su casa; y todos los demás soldados nos desparcimos, y nos fuimos unos por una parte y otros por otra de la isla adelante; y en la Habana se murieron tres soldados de las heridas, y los navíos fueron a Santiago de Cuba, donde estaba el gobernador, y desque hubieron desembarcado los dos indios que hubimos en la punta de Catoche, que ya he dicho que se decían Melchorcillo y Julianillo, y el arquilla con las diademas y ánades y pescadillos, y con los ídolos de oro que aunque era bajo y poca cosa, sublimábanlo de arte que en todas las islas de Santo Domingo y en Cuba y aun en Castilla llegó la fama dello, y decían que otras tierras en el mundo no se habían descubierto mejores, ni casas de cal y canto; y como vio los ídolos de barro y de tantas maneras de figuras, decían que eran del tiempo de los gentiles; otros decían que eran de los judíos que desterró Tito y Vespasiano de Jerusalén, y que habían aportado con los navíos rotos en que les echaron en aquella tierra; y como en aquel tiempo no era descubierto el Perú, teníase en mucha estima aquella tierra. Pues otra cosa preguntaba el Diego Velázquez a aquellos indios, que si había minas de oro en su tierra; y a todos les respondían que sí, y les mostraban oro en polvo de lo que sacaban en la isla de Cuba, y decían que había mucho en su tierra, y no le decían verdad, porque claro está que en la punta de Cotoche ni en todo Yucatán no es donde hay minas de oro; y asimismo les mostraban los indios los montones que hacen de tierra, donde ponen y siembran las plantas de cuyas raíces hacen el pan cazabe, y llámanse en la isla de Cuba yuca, y los indios decían que las había en su tierra, y decían tlati por la tierra, que así se llama la en que las plantaban; de manera que yuca con tale quiere decir Yucatan. Decían los españoles que estaban hablando con el Diego Velázquez y con los indios: "Señor, estos indios dicen que su tierra se llama Yucatán"; y así se quedó con este nombre, que en propria lengua no se dice así. Por manera que todos los soldados que fuimos a aquel viaje a descubrir gastamos los bienes que teníamos, y heridos y pobres volvimos a Cuba, y aun lo tuvimos a buena dicha haber vuelto, y no quedar muertos con los demás mis compañeros; y cada soldado tiró por su parte, y el capitán (como tengo dicho) luego murió, y estuvimos muchos días en curarnos los heridos, y por nuestra cuenta hallamos que se murieron al pie de sesenta soldados, y esta ganancia trajimos de aquella entrada y descubrimiento. Y Diego Velázquez escribió a Castilla a los señores que en aquel tiempo mandaban en las cosas de Indias, que él lo había descubierto, y gastado en descubrirlo mucha cantidad de pesos de oro, y así lo decía don Juan Rodríguez de Fonseca, obispo de Burgos y arzobispo de Rosano, que así se nombraba, que era como presidente de Indias, y lo escribió a su majestad a Flandes, dando mucho favor y loor del Diego Velázquez, y no hizo mención de ninguno de nosotros los soldados que lo descubrimos a nuestra costa. Y quedarse ha aquí, y diré adelante los trabajos que me acaecieron a mí y a tres soldados.